viernes, 28 de noviembre de 2008

En noches estrelladas unos ojos dormidos miran el cielo y se enredan con las estrellas que a viva voz quieren lucir en el escenario de millones de almas vagabundas. Se entretiene jugando con los brillos que una vez sintió en su cuerpo. Y dibuja figuras y va uniendo una a una las lamparitas que iluminan su alma reposada en el césped. Mientras tanto las hormigas disfrutan de las montañas que ese día aparecieron en su sitio, y suben y bajan divirtiéndose en la inmensidad que representa ese bulto.

Y las lágrimas dan de beber a las hojas de esa alfombra donde se mantiene acostada durante varios minutos que se transforman en noches eternas de no despegar la vista del cielo. La luna se mueve y va cambiando, y ella también la sigue con su mirada. Por momentos intenta perseguirla y sale a su encuentro.


Esa noche la luna no apareció y sintió la oscuridad en su alma, la misma por la que siempre se recostaba en el pasto. El jardín ya era laguna. Se le secaron los ojos y no quedó gota por salir. El vacío que la envolvía había llegado hasta el cielo: la luna la había abandonado. Sin embrago estaban ellas, las estrellas, que le transmitieron esa pizca de felicidad para tomar el impulso de levantarse y caminar hacia su cama, donde siempre lo esperaba con los ojos abiertos.

No hay comentarios: